miércoles, 9 de septiembre de 2015

MISTURA Y SU DESAZÓN

                                                            
Empecemos indicando que fui a Mistura porque, producto de un ingenio personal, (modestia aparte) gané un número considerable de entradas en un canal local. Si no fuera así, estén por seguros que no hubiera hecho el mínimo esfuerzo por asistir. Así como no he asistido a ninguna de sus anteriores versiones.
Me agradó la organización en cuanto a la movilidad, ingreso y locación en la playa, pues, da una sensación de libertad y espacio ilimitado. La atención de las recepcionistas, la limpieza y la distribución de stands y patios de comidas – que es lo que unicamente hay, jaj
aja – algunas salas de información culinaria, zona de degustación de productos típicos y autóctonos de nuestro país y más nada.
Después de eso, Mistura se convierte en una suerte de plató de Esto es guerra o Combate, donde los participantes luchan por llegar primeros a la caja y luego seguir por unos callejones a modo de bardas metálicas que los llevan al final del juego donde son premiados con una porción de algún plato de comida de las miles de variedades de platos de comida que tenemos. Me he detenido a observar los rostros cansados, presurosos, sudorosos, mirando cada Stand de comida, como hurgando en sus ingredientes, oliendo los miles de aromas que se mezclan en sus olfatos saturados de tanto humo y condimentos. Las personas se pelean por las mesas, en las colas, en las cajas, en los vericuetos que recorren con fruición desmedida como anticipando el fin del mundo y la hambruna universal, teniendo que atiborrarse de grasa, calorías, carbohidratos y todo lo que haga bien al estómago y al espíritu patriótico. Antes que San Juan baje el dedo.
Comprendo y respeto a quien le guste este disfrute de saciedad entumecida por las caminatas y el comer paradito y apuradito. Pero yo paso. Yo estoy acostumbrado a ferias de pueblo, con puestitos de mercado, como el de doña “Juvencia” en Pisco, como el Sancochado de “las morenas de norte” de la Av. México y Parinacochas, como el puesto de la “tía Queta” y su patita fiambre del malecón Miranda, como el “tío Eladio” y su cebiche de lenguado en Barranca, como “olla de Juanita” y sus frijoles con seco en las chacras de Ica, como su tiradito o jalea en “La viña de Huber” en Pisco, su chanfainita en el mercado de Breña, sus anticuchos de la “tía Pochita” en el mercado Lobatón en Lince. Como el Lomo saltado de “Don Juan” en el centro de Lima. Como el olluquito, cau cau, Espagueti a lo Alfredo, Piernitas al horno de mi esposa, o como miles de sabores que a diario preparamos en nuestras casas un domingo cualquiera.
Mistura, ha convertido el arte de la cocina popular peruana, en un mercado elitista y concentrado, que es subsidiado por el estado y que deja relegados a millones de compatriotas que por lo que pagarían por un día en entradas y comida, alimentarían por 15 días a sus familias.
Para quien vaya, felicidades y provecho porque a quien dios se la dio, san Pedro se la bendiga. Pero si aceptan un consejo de amigo, ahórrense unos cuantos soles y vayan al restaurant más típico que conozcan, siéntense en la mejor mesa que quieran, disfruten del ambiente si es en la costa, la sierra o la selva, y gocen la comida de a verdad, rica, sana y barata y sobretodo con ese recuteco que solo en estos sitios se consigue. O si les parece mejor, sentémonos en la mesa familiar, invitemos a la mamá, a la nona, a los primos que no vemos hace años y preparemos lo que mejor nos salga, si es hecho con amor y compartido con cariño, sabrá al mejor platillo preparado por el chef más exquisito del mundo… Salvo mejor parecer.